En la iglesia a la que asisto por dirección del Espíritu Santo tenemos siempre una hora de oración antes de cada servicio.
Antes de tener un lugar donde congregarnos empezamos en la sala de un hogar bastante acogedor y aunque intentábamos cubrir todas las “partes” en las que se supone que se divide un culto semanal o dominical, desde siempre toda la concentración se iba a la oración.
En el año 2018 fuimos impulsados aún más profundo en la disciplina de la oración, y es que para realmente tocar el corazón de Dios no podemos apenas llegar y fingir que oramos, o hacer algún ritual religioso para quitarnos algún peso en la conciencia de que “cumplimos” con algún tiempo determinado de oración porque Jesús dijo que debíamos hacerlo.
La oración es más que eso, es entrar.
“Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.” Mateo 6:6
Entrar es realmente desconectarte de todo alrededor y concentrar todo tu amor, tu interés, tu pasión, tus pensamientos y tus fuerzas en Jesús. Entrar es mucho más que separarte, es una actitud del corazón. La oración disciplinada da frutos maravillosos, pero crecer juntos en esa disciplina no fue tan fácil, pero gracias a Jesús por el Espíritu Santo que está constantemente guiándonos al corazón del Padre y a darle lo que a él le complace.
Una vida en oración va a agotar todas tus fuerzas, tu corazón, va a consumir tus más profundos pensamientos. Cuanto más entras a la oración más descubrirás que hay demasiadas cosas por las que debemos orar y que por falta de oración las ignoramos. Eso fue para mi el 2018, suena extraño, pero habíamos orado tanto por el Espíritu Santo que llegamos a un punto en el que realmente sentíamos que ya no sabíamos que orar.
Habíamos permanecido en vigilia, en oración, ayuno y clamor y cuánto más orábamos mas peticiones aparecían, lo interesante de todo esto es que al dejarnos guiar por el Espíritu Santo ninguna de esas peticiones apuntaba a un deseo o éxito personal, nada era referente a nosotros o a algún placer de este mundo. El Espíritu Santo nos estaba liderando a orar por las cosas que realmente son eternas hasta que llegó ese maravilloso día que ninguno sabía cuándo pasaría, pero muy en lo profundo de nuestro corazón sabíamos cuánto lo necesitábamos y esperábamos.
Recuerdo fue un Martes como cualquier otro, estábamos reunidos y antes de empezar el servicio tendríamos la hora de oración (lo cual es gracioso porque los Martes todo el servicio es de oración). Era el momento de empezar a preparar una atmósfera en la que el Espíritu Santo pudiera reposar y sentirse completamente bienvenido, aunque de cierta manera sabíamos que ya lo habíamos estado haciendo, aún no parecía estar completamente rebosando. Recuerdo haber cruzado miradas con algunos de los que estaban presentes y pensar “Espíritu Santo, realmente estoy agotada, siento que por primera vez en mi vida no sé qué más orar, sino me dices que deseas recibir este servicio no tiene sentido”. Empezamos la oración, levantamos nuestras manos y simplemente empezamos a dar acciones de gracias por la bondad de Dios y su amor para con nosotros cuando entonces escuchamos al Espíritu Santo decir “Solo oren en el Espíritu” lo había hecho antes, sola, pero nunca con la congregación, aunque ese día era un pequeño grupo hicimos con exactitud lo que el Espíritu Santo había dicho. Nos olvidamos de nuestra razón, de si parecía ser un servicio “nice” o de lo que pudiera pasar, estábamos hambrientos y él había hablado. Al principio las voces se notaban agotadas y algo cargadas pero en la medida en que pasaban las minutos se levantaba un clamor de amor y pasión cada vez más fuerte, era como si nuestras vidas estuvieran liberando un tesoro que siempre tuvieron dentro y recibiendo más de Cristo dentro. De pronto nadie estaba consciente de sí mismo, nadie estaba ocupado de ninguna otra cosa que no fuera complacer al Espíritu Santo. Esa noche se levantaron cánticos en el Espíritu, hubieron profecías, liberaciones. Todo en un solo momento mientras obedecíamos y dábamos alegría al corazón del Padre. Nadie forzó nada, nadie planeó nada, no hubo una organización previa al servicio, tampoco ensayos, porque vamos, ¿es eso realmente necesario cuando nuestra vida realmente depende de la persona del Espíritu Santo?.
Estábamos felices, liberados, llenos de él sin una gota de esfuerzo más que el de obediencia y sin darnos cuenta todo el servicio de ese día fue de oración en el Espíritu.
Lo impresionante no fueron las liberaciones, cánticos en el Espíritu o las profecías, todo esto es bueno, pero la verdadera satisfacción era saber que Él estaba ahí, deleitándose en nosotros mientras nosotros lo mirábamos deseosos únicamente de Él, saber que podíamos obedecer porque él había hablado.
¿De qué otra manera se puede caminar individualmente o liderar un grupo o iglesia si no se toma en cuenta la persona del Espíritu Santo?
Podemos estar haciendo cosas que son buenas, pero ¿está realmente el Espíritu Santo liderándolas? La verdadera alegría y plenitud de los hijos de Dios está en ser enteramente guiados por el Espíritu Santo.
“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.” Romanos 8:14
Jesús dijo que el Padre nos enviaría al Espíritu Santo en nombre de Él para que nos enseñara todas las cosas y nos recordará todas las palabras y enseñanzas de Jesús. (Juan 14:26)
El Espíritu Santo está dispuesto a servirnos a nosotros más de lo que nosotros podríamos imaginar, él nos fortalece en lo más íntimo de nuestro ser para que entonces por Fe podamos expresar todo lo de Cristo que llevamos dentro. El Espíritu Santo nos guía (si realmente deseamos tomarlo en cuenta) a dar frutos dignos de arrepentimiento, nos da poder, amor y dominio propio.
En otras palabras, es realmente imposible que amemos a Dios, que intentemos agradarle, que nos esforcemos por “preparar” un sacrificio a él sino dependemos del Espíritu Santo. Sin el Espíritu Santo tendremos conceptos equivocados de amor e incluso de poder. No podemos traer sacrificios agradables al Padre si estamos ignorando al Espíritu Santo.
Sin el Espíritu Santo podemos estar confiando en nuestro intelecto, nuestras “buenas ideas” e ignorando que la sabiduría que necesitamos para acceder al corazón del Padre es sabiduría espiritual. (Efesios 1:17) o lo que es peor aún, operando con sabiduría diabólica (Santiago 3:15)
Si Jesús fue completamente dependiente del Espíritu Santo ¿Cuánto más la iglesia?
Después de todo, solo el Espíritu Santo puede hacernos conocer a aquel a quien debemos imitar. JESÚS.