Hace unos días estaba cocinando y por estar distraída me corté y mientras pensaba en alguna forma de evitar que mi mano doliera o ardiera, mi hermano se acercó y sonriéndo me dijo “no cubras la herida, ayúdala a que sane más rápido”, explicándome que si la cubría en el estado en que estaba podría infectarse y demorar mucho más de lo debido en sanar. Esto suena demasiado gracioso porque aunque se trataba de una herida súper pequeña, quería evitar cualquier incomodidad que pudiera causarme. Lo lindo de esto es que mientras me limpiaba, el Espíritu Santo empezó a hablarme de la forma más tierna y a recordarme como todas las heridas en mi corazón sanaron cuando decidí dejar de aparentar que no existían y en lugar de eso exponerlas completamente a él.
Creo que es algo completamente normal que cuando algo no anda bien en nuestro corazón busquemos esconderlo, aparentar que no está pasando nada, que lo que nos está matando en realidad no duele tanto, que aquello que nos roba el sueño o nos hace irnos a dormir llorando terminamos convenciéndonos de que debemos «aprender a vivir con eso» y que a la gran mayoría de nosotros nos costó entender que él único que puede restaurar por completo nuestro corazón es Dios.
De las tantas lecciones que he aprendido con el Espíritu Santo, una que disfruto mucho recordar es la paz tan inexplicable que se encuentra en sencillamente aceptar lo que estamos viviendo por hostil y aterrador que sea.
¿Te encontraste en algún momento diciéndote, o a alguien más, frases como “quisiera despertar de esta pesadilla, no puedo creer que esto esté pasando” o probablemente lo único en lo que te encerraste es en completo silencio y decidiste ignorar con todas tus fuerzas que ese escenario que jamás pensaste que te tocaría vivir, realmente está pasando? A mi también me pasó …
Sin embargo lo que marcó un antes y un después en mi vida fue rendir completamente el orgullo que había en mi corazón y reconocer con desesperación la urgencia de que de mi corazón fluyera vida. Hacer una separación entre lo que hirió y hacia donde deseamos encaminar nuestras vidas es vital. Y es que Jesús no es como la persona/situación que te marcó negativamente, sencillamente porque él no es como nosotros. De hecho cualquier sombra de desconfianza, miedos, rechazos o puras ganas de ser aceptados tienen solución únicamente en los brazos de Jesús.
Solo Jesús puede transformar la situación más horrible que puedas imaginar en un escenario de honra y gloria a Su nombre y todo en nuestra vida obrando para bien. En manos de Jesús el dolor se convierte en respuesta para otros, en abrazos, consejos, y detalles que sanan a otros a través de lo que alguna ves nos pasó.
El dolor no se hizo para ignorarlo, convertirnos en personas insensibles, arrogantes o aisladas. En un mundo en el que es cada vez menos normal pedir ayuda y más popular vivir de apariencias, Dios quiere recordarte que si hay restauración verdadera, paz que no hay forma de explicar y completo gozo cuando aprendemos a aceptar en ves de ignorar, a dejarnos abrazar por el amor incomprensible de Jesús y construir bases firmes desde un corazón completamente sanado.
El proceso a abrazar no es sencillo, si tienes que perdonar no esperes «sentir» hacerlo para decidirlo. El perdón es una decisión de fe que en la rendición a Dios se transforma en una realidad que lo vale absolutamente todo. (Esta clase de perdón aplica también de ti para ti)
Llora cuantas veces tengas que llorar, pero no es llorar por llorar, es llorar en los brazos de Jesús mientras dejas de esconder lo que te avergüenza y te vuelves completamente dependiente de su amor. No es lo mismo perder el tiempo estando tristes que rendir nuestras tristezas en los brazos de amor de Jesús. Y en el proceso vamos madurando, sanando, aprendiendo y siendo diariamente consolados.
«Él sana las heridas de todo corazón destrozado». Salmos 147: 3 TPT ♡
Lo que sacará vida de tus conversaciones con Dios no es lo bien o perfectas que suenen tus palabras, sino la transparencia intencional que acompañe cada una de ellas.
Deja de esconder las heridas que necesitan ser completamente expuestas a la luz y el amor de Jesús. No escondas la herida, ayúdala a que sane más rápido. No quieras apresuradamente huir del escenario en el que Dios desea revelarte su amor y construir contigo una relación íntima.
¡Deja que el amor de Jesús venza! Y de pronto, ya no hay más preguntas, tampoco temores o dolor, de pronto te encuentras experimentando el único amor verdadero, transformador e inexplicable que jamás pensaste experimentar.
Porque no eres víctima, eres respuesta.
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“Que la belleza de ustedes no sea la externa, que consiste en adornos tales como peinados ostentosos, joyas de oro y vestidos lujosos. Que su belleza sea más bien la incorruptible, la que procede de lo íntimo del corazón y consiste en un espíritu suave y apacible. Esta sí que tiene mucho valor delante de Dios.”
1 Pedro 3:3-4 NVI