Se adquiere muchísima sabiduría cuando nos decidimos a vivir prestando atención.
Este domingo nos han predicado acerca de esos lugares a los que Dios muchas veces nos lleva y que no son de nuestra elección. Lugares a los que llamamos desiertos y en los que claramente no queremos estar.
El desierto, en el lenguaje bíblico, es un lugar de elección y preparación. Es como una ante sala a el cumplimiento de promesas que hay sobre nuestra vida, o como algunos le llaman, la tierra prometida.
«¿Y por qué hiciste venir a la congregación de Jehová a este desierto, para que muramos aquí nosotros y nuestras bestias?». Números 20:4
Cuando el pueblo de Israel fue librado de la esclavitud que vivían en Egipto, fueron conducidos a través del desierto, encaminados a un mejor lugar bajo la dirección del Señor a través del gran líder Moisés, sin embargo, de tanto en tanto, el pueblo se frustraba y alzaban su voz en queja contra Moisés y contra Dios, dando como resultado la exposición de lo que realmente había en sus corazones.
Cuando Dios nos lleva al desierto, a tribulaciones y lugares en los que no queremos estar, se revela lo que hay en nuestro corazón hacia las personas y hacia Dios. Ese es uno de los tantos propósitos de que seamos afligidos, que podamos alcanzar santificación en la mente y en el corazón con el propósito de reflejar a nuestro Salvador.
«Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos». Deuteronomio 8:2
En los desiertos somos enseñados a obedecer a Dios a través del sufrimiento y el mejor ejemplo de esto es Jesús.
«Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia». Hebreos 5:8
Otro de los grandes propósitos que tienen los momentos de dificultad es unir familias. La escritura nos enseña que la unión entre Moisés y Aaron no sucedió sino hasta que Dios mismo los reunió en el desierto.
«Y Jehová dijo a Aarón: Ve a recibir a Moisés al desierto. Y él fue, y lo encontró en el monte de Dios, y le besó»: Éxodo 4:27
Este punto en específico me hizo recordar todos los desiertos que he atravesado con mi familia, y todos los lugares en los que hemos tenido que acampar por voluntad divina, que jamás habrían sido de nuestra elección, pero que nos hicieron más unidos, humildes y conscientes de nuestra profunda dependencia de Dios y de amar sin fingimiento.
Valora a tu familia y valora tu iglesia, tu familia de la fe.
El desierto también nos enseña a adorar en espíritu y en verdad, a darle a Dios lo que él quiere recibir.
«Después Moisés y Aarón entraron a la presencia de Faraón y le dijeron: Jehová el Dios de Israel dice así: Deja ir a mi pueblo a celebrarme fiesta en el desierto«. Éxodo 5:1
Quien aprende a amar a Dios en el desierto, aprendió verdadera adoración. Así como hubo quienes se rehusaron a obedecer y confiar en la provisión, guía y amor del Señor, también hubo quienes eligieron tener un espíritu diferente ante el desierto, y como Caleb, recibieron la promesa.
«Pero a mi siervo Caleb, por cuanto hubo en él otro espíritu, y decidió ir en pos de mí, yo lo meteré en la tierra donde entró, y su descendencia la tendrá en posesión». Números 14:24
Nuestra confianza, gratitud, obediencia, lealtad, alabanza, amor y entrega diaria y voluntaria a Dios, en ese lugar en el que no quisiéramos estar, es nuestra mejor adoración. Cuando aprendemos a dar gracias en medio de cualquier situación estamos elevando adoración a Dios.
«Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre». Hebreos 13:15
Dios nos lleva al desierto y nos hará pasar por sufrimientos, para cumplir sus propósitos que aunque muchas veces no lo entendamos, siempre son buenos, agradables y perfectos.
En el desierto somos enseñados a servir, hay llamamiento y hay instrucciones para llevar a cabo el llamamiento, es decir, el desierto siempre será ese lugar que no elegimos, pero que está lleno de oportunidades para glorificar a Dios, ser santificados y generar cambios verdaderos en nuestro corazón.
No importa el desierto en el que te encuentres ahora mismo, elige tener un espíritu diferente y con corazón humilde y manso perseguir cada lección que Dios quiera dar a tu corazón, al final, dará fruto agradable el haber sido fieles en aquellos lugares en los que no queríamos estar.
Así como las aflicciones del desierto preparaban al pueblo de Israel para la tierra prometida, las aflicciones y tribulaciones de esta vida nos preparan para el cielo.
«Confirmando los ánimos de los discípulos, exhortándoles a que permaneciesen en la fe, y diciéndoles: Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios». Hechos 14:22